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sábado, 8 de julio de 2017

¿Cuándo fue la última vez que sentiste algo por primera vez?
Casi ha pasado un año desde casi todo y desde casi nada. El tiempo no cura nada. El tiempo es tiempo. Es la vida la que te enseña a suavizar este arresto domiciliario, esta sensación constante de libertad condicional. Este me falta. Este me arrepiento. Este sonrío. Este me alegro. Este porqué. Este cuánto queda. Este cuánto falta.
Cuando eres consciente de tu propia existencia, es precisamente cuando desaparece de la Tierra la otra persona. La más importante. Para entonces ya has aprendido que tu cuerpo está ocupado por una inestabilidad climática interior, flexible y moldeable, que se aterroriza cada vez que piensa en eso, en el tiempo. Pero que convive con él. Y juega. Moverte, emitir luz, conectar, tocar, para que nada de lo que esté en las sombras (y allí permanece), te ataque.
Cualquier momento, es un buen momento. Cualquier lugar, es un buen comienzo. Cuando estás cansado después de un largo viaje, vuelves al punto de partida. Pero es entonces cuando lo reconoces por primera vez. Empezar siempre desde donde se esté. Aquí y ahora. Y no parar. No sentirme triste. Hacer porque todo aquello que merezca la pena, ocurra. Luchar. Y que nada importe de los demás, salvo los demás. Y que todos se salven de vivir muriendo. Y que nadie se salve de sentir.
Es angustioso pensar que casi cualquier cosa, casi cualquier persona, es interesante. El encanto de los seres que sienten y dudan. Dar paseos por las ciudades te ayuda a mirar con todos los ojos que tienes. Y ves cómo el cerebro es capaz de mezclar las cosas que ama. El pasado con la imaginación. Sentir que aún está vivo. Y que aún sonríe con todo lo que hago y digo. El Universo es aquel lugar infinito al que contemplamos sólo desde lo que hemos aprendido a ver. Cuanto menos sabes de algo, más cerca estás de inventarlo.
He aprendido estos días, que el desamor con uno mismo es común, duro, solitario, grave. Lo curioso es que la reconciliación va siempre acompañada de querer seguir preguntando, en vez de querer responder. Llevas toda una vida sin saber quién eres. Y nada de lo que ahora ves hecho, se podía hacer. Hasta que se hizo.

He aprendido que una vida se alimenta del misterio de lo ausente. Que hay algo mejor que desear las buenas noches: Hacerlas. Que el silencio es ese grito de tristeza, ese trago inconfesable. Que llega. Siempre llega. Y también se va. Y que no hay que dejar de preguntarse: ¿Cuándo fue la última vez que sentiste algo por primera vez?

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