Datos personales

sábado, 8 de julio de 2017

La soledad (de antes)
A partir de los cuarenta te acompaña esa sensación constante de cuerpo de old man en cabeza de joven y al revés. Vas en busca, irremediablemente, de aquellos sitios en los que un día fuiste feliz, pensando en que allí te estará esperando aquella misma felicidad. Y sí. Pero no. La inmediatez silenciada que nos rodea, la del filtro del sarcasmo constante, la de la interactividad frenética, la que no quiere(s) dejarte a solas jamás, a veces tiene esos momentos de inesperada honestidad contigo mismo. Como en cualquier pesadilla, suele empezar por una interrupción total de las comunicaciones. Obligándote a enfrentarte a ti contra el monstruo que supones tú mismo.
Estos días me he acordado mucho de cuando era un inconsciente. No es que ahora no lo sea. Pero a los 15 era, probablemente, uno de los adolescentes más insolentes y egocentristas de mi escuela y del barrio. Cuando digo insolente me refiero a lo que hoy se conoce como nerd. Sólo que los nerds de antes estábamos solos. Hoy los nerds se juntan y forman pandillas nerds que hacen cosas nerds. Siempre que los veo me dan mucha envidia. Pero también estaba pensando en que cuando me pasé más de un año solo, encerrado en mi soledad, me divertí mucho. Y no hablo de una soledad como la de ahora, con el móvil e internet en la mano. Hablo de una soledad real, en la que estabas sólo tú contigo y te divertías mirando páginas aleatorias de la enciclopedia de tus padres. Mirando cómo hacían filas las hormigas. Mirando cómo tu madre cocinaba. Viendo fotos. O sólo mirando al cielo, mucho rato. Sin hablar.
Me acuerdo que el año de mis 15 fue un año jodido. En ese año todos los chicos de mi edad jugaban algo yo tenía una rodilla quebrada. Mis amigos se hacían la pinta, salían a ligar y dejaban de jugar al fútbol. Yo me sentía fuera de lugar. Imagino que como todos los niños de 15 años. Pero yo tenía un montón de yeso en mi pierna. Y no lo pasé muy bien. Y estuve muy solo. La soledad me ayudó a tener fe en algo. No sé muy bien en qué. Quizá en mí.
Qué caro se ha puesto esto de estar solos ahora. Porque vale que nadie nunca nos va a devolver el dinero. Pero estaría bien, que alguien, alguna vez, nos devolviera la fe.
Y sí. Sigo siendo una maldito insolente egocentrista que disfruta de estar solo aunque haya aprendido a usar la soledad a la mala.


No hay comentarios:

Publicar un comentario