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sábado, 8 de julio de 2017

Escuchar, parar y pensar sirven para entristecer

Si te descuidas, los domingos el espejo realiza su particular venganza sobre ti y te muestra tal y como te sientes.
¿De verdad faltan el espacio y el tiempo? Hace tiempo que estamos tan ocupados que no pisamos la tierra, que no tocamos la tierra. Hace tiempo que no tenemos tiempo para nada, salvo para auto-alejarnos de cualquiera que esté cerca. Incluso estando presente, estamos ausentes, ensimismados en nuestras conexiones. Y me niego.
‘Escuchar, parar y pensar sirven para entristecer’. Algo así escuché el otro día. Y me niego. Puede que ninguna de las tres sean útiles, puede que no sean productivas. Pero si sirven para encender algo de lo que llevamos dentro, para disfrutar de una caricia o de una mirada que vive en tu memoria o que ahí está, me vale. Me encantaría que la obsesión por “ser productivos” fuera sólo la de “trata de sentir más todo, aunque sea menos práctico’. Muchas veces cuando me caigo, en lugar de darme la mano para verme levantar, me gustaría que bajaras aquí para besarme. Sin más.
Hay que escuchar, parar y pensar. Es una lección que me enseñó mi padre.  Hacerse un poco más de caso para poder hacer caso a los demás.
Me encantaría que mis seres queridos nunca se sintieran solos. Y que mi madre supiera lo mucho que la admiro, lo mucho que me da, lo mucho que la necesito y amo. Igual que todo lo que mi padre me ha enseñado e igualmente lo admiro y lo amo. Tus padres, los ves por delante de ti. Y te pasas toda la vida corriendo para alcanzarlos. Hasta que paras y caes en que siempre han estado ahí, por detrás ti, observando con cariño cómo avanzabas. Con los brazos abiertos para ser el colchón donde caer.
Entenderse es algo lento y lleno de sombras. Si te descuidas, los domingos el espejo realiza su particular venganza sobre ti y te muestra tal y como te sientes. Y puede que lo que veas sea sólo una gran sed de felicidad. 

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