Escuchar, parar y
pensar sirven para entristecer
Si te descuidas, los domingos el espejo realiza su particular venganza
sobre ti y te muestra tal y como te sientes.
¿De verdad faltan el espacio y el tiempo? Hace tiempo que estamos
tan ocupados que no pisamos la tierra, que no tocamos la tierra. Hace tiempo
que no tenemos tiempo para nada, salvo para auto-alejarnos de cualquiera que
esté cerca. Incluso estando presente, estamos ausentes, ensimismados en
nuestras conexiones. Y me niego.
‘Escuchar, parar y pensar sirven para entristecer’. Algo así
escuché el otro día. Y me niego. Puede que ninguna de las tres sean útiles,
puede que no sean productivas. Pero si sirven para encender algo de lo que
llevamos dentro, para disfrutar de una caricia o de una mirada que vive en tu
memoria o que ahí está, me vale. Me encantaría que la obsesión por “ser productivos”
fuera sólo la de “trata de sentir más todo, aunque sea menos práctico’. Muchas
veces cuando me caigo, en lugar de darme la mano para verme levantar, me
gustaría que bajaras aquí para besarme. Sin más.
Hay que escuchar, parar y pensar. Es una lección que me enseñó mi
padre. Hacerse un poco más de caso para
poder hacer caso a los demás.
Me encantaría que mis seres queridos nunca se sintieran solos. Y
que mi madre supiera lo mucho que la admiro, lo mucho que me da, lo mucho que
la necesito y amo. Igual que todo lo que mi padre me ha enseñado e igualmente
lo admiro y lo amo. Tus padres, los ves por delante de ti. Y te pasas toda la
vida corriendo para alcanzarlos. Hasta que paras y caes en que siempre han
estado ahí, por detrás ti, observando con cariño cómo avanzabas. Con los brazos
abiertos para ser el colchón donde caer.
Entenderse es algo lento y lleno de sombras. Si te
descuidas, los domingos el espejo realiza su particular venganza sobre ti y te
muestra tal y como te sientes. Y puede que lo que veas sea sólo una gran sed de
felicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario